HIRŌ ONODA, EL SOLDADO JAPONÉS QUE TARDÓ TRES DÉCADAS EN RENDIRSE
HIRŌ ONODA, EL SOLDADO JAPONÉS QUE TARDÓ TRES DÉCADAS EN RENDIRSE
Este es Hirō Onoda, el último oficial japonés en rendirse en la Segunda Guerra Mundial… ¡en el año 1974!
Onoda luchó durante tres décadas, oculto en la jungla de una pequeña isla de Filipinas, creyendo que la guerra aún no había terminado.
Su estrambótica historia protagoniza la primera entrega de la serie de Realidad Extraña, que con este artículo declaro oficialmente inaugurada.
Contenidos
- El soldado Onoda
- Huida a la jungla
- Desconfianza o paranoia
- El fin de la guerra de Onoda
- El duro regreso a casa
El soldado Onoda
Onoda nació en 1922 y con sólo 20 años decidió alistarse en el ejército imperial para luchar contra los Estados Unidos. Dos años más tarde, en 1944, fue destinado a Lubang, una isla de unos 125 kilómetros cuadrados en la zona occidental de las Filipinas.
Como oficial de inteligencia especialista en guerra de guerrillas, su misión en Lubang consistía en el ataque e inutilización de las infraestructuras estadounidenses para impedir el aterrizaje de aviones y la llegada de barcos enemigos a la isla. Tenía orden estricta de no rendirse bajo ningún concepto ni acabar con su vida.
Huida a la jungla
Para su desgracia, los oficiales de rango superior a Onoda no facilitaron su tarea, y cuando a finales de febrero de 1945 los americanos y los filipinos tomaron el control de la isla, la mayor parte de los militares japoneses se rindieron o murieron.
Onoda, sin embargo, logró escapar hacia el interior de la isla, a las montañas, junto a tres soldados más.
Desde la jungla, Onoda, teniente y oficial de más alto rango de los cuatro supervivientes, planificó acciones de guerrilla contra el enemigo. Durante meses lograron evitar a las partidas de búsqueda y se enzarzaron en combates incluso con habitantes locales de Lubang, a quienes tomaban por guerrilleros hostiles.
Desconfianza o paranoia
Los filipinos y los estadounidenses trataron de encontrar la manera de que los cuatro militares japoneses se entregaran.
En octubre de 1945, los hombres de Onoda encontraron una octavilla que informaba de la rendición japonesa y del fin de la guerra. Pero Onoda y sus hombres pensaron que no era más que una treta de las fuerzas aliadas, y que si la guerra de verdad hubiera terminado, nadie se habría mostrado hostil con ellos en sus esporádicos encontronazos con el enemigo.
Unos meses más tarde, más panfletos fueron arrojados desde aviones sobre la selva. En ellos se incluía la orden del mismísimo General Yamashita (a cuyo legendario tesoro dedicaré otro artículo en su momento) a Onoda y sus hombres de deponer las armas.
Estas octavillas llegaron a manos de Onoda. Pero tras estudiarlos con detenimiento, llegó a la convicción de que no eran más que una nueva falsificación. De modo que Onoda y sus hombres se mantuvieron juntos y ocultos en la jungla.
Hasta que a finales de 1949 uno de ellos abandonó el grupo y se entregó a los filipinos seis meses más tarde. Ante esta deserción, Onoda aumentó aún más sus precauciones.
En un nuevo intento por hacerles salir de la selva, las fuerzas aéreas lanzaron más octavillas desde el cielo a principios de 1952, casi siete años después del final de la guerra. Esta vez incluían fotografías y cartas de familiares de los tres soldados, rogándoles que se entregaran. Pero Onoda y sus hombres seguían sin fiarse y las tomaron por una nueva trampa tendida por el enemigo.
En 1954, uno de sus dos soldados restantes murió en un encuentro fortuito con una unidad del ejército filipino. El otro falleció en un tiroteo con la policía años más tarde, en 1972, mientras él y Onoda trataban de incendiar una cosecha de arroz en una de sus acciones de sabotaje. Ya habían pasado veintisiete años desde el final de la guerra, pero Onoda seguía luchando y ahora se había quedado solo.
El fin de la guerra de Onoda
A principios de 1974, Onoda se encontró con un compatriota suyo, un aventurero japonés llamado Norio Suzuki, que había viajado a la isla para tratar de dar con él. A pesar de los esfuerzos de Suzuki, Onoda se negó a rendirse mientras no recibiera tal orden de un superior directo.
Suzuki regresó a Japón con las fotografías y el mensaje de Onoda. Al ser informados, el gobierno japonés localizó al mayor Taniguchi, quien por aquel entonces llevaba una tranquila vida como librero.
Taniguchi y Suzuki volaron de nuevo hacia Lubang. Cuando encontraron a Onoda en la jungla, Taniguchi le dio orden de cesar toda acción de combate, le relevó de sus obligaciones militares y le ordenó ponerse a disposición de su superior más cercano, y en caso de no dar con él, entrar en contacto con las fuerzas filipinas o estadounidenses y seguir sus instrucciones.
Disciplinado como siempre, Onoda se entregó a una unidad filipina de una base de radar de la isla el 10 de marzo de 1974. Al día siguiente, en una ceremonia oficial en el palacio presidencial de Manila, Onoda entregó su espada, su rifle (aún en buen estado de funcionamiento) y su munición, además de varias granadas de mano, al presidente filipino Ferdinand Marcos, quien le concedió el perdón por sus acciones de combate.
Onoda había pasado cerca de treinta años luchando una guerra inexistente.
El duro regreso a casa
Onoda regresó a Japón, donde recibió el tratamiento de héroe nacional y fue objeto de una enorme atención pública y mediática que él no deseaba. Quizá huyendo de ella, o tal vez de un país demasiado diferente al que él recordaba, Onoda se trasladó a Brasil, donde pasó varios años como granjero antes de regresar definitivamente a Japón en 1984.
Onoda moriría en la cama de un hospital de Tokio a causa de una neumonía a principios de 2014, cuarenta años después de abandonar al fin la jungla de la isla de Lubang, cuando estaba cerca de cumplir los 92 años. Pero su asombrosa historia permanece viva.